-. "El mundo es redondo", de Iva Pekarková .-
 
“EL MUNDO ES REDONDO”
Autor: IVA PEKARKOVÁ
Editorial: Metáfora (Agosto de 2001)

Hace unos meses se subastó el manuscrito original de “On the Road”, la novela de Jack Kerouac, y un importante magnate americano dueño de un equipo de béisbol se lo apropió porque, según sus declaraciones, sería lamentable que un icono tan esencial de la cultura y hasta del sentir americano del siglo XX pudiera salir de los Estados Unidos. La televisión mostró imágenes del acontecimiento, y ese manuscrito resultó tan extraño y desconcertante como la leyenda lo había descrito. Consiste en un huso al que van enrolladas las páginas de la novela, mecanografiada en papel continuo. Se tira de la novela como se tiraría de un carrete de hilo, y la historia se va desplegando como se desplegaría un tejido, o como se desplegaría una autopista. Tan americanos como el nuevo propietario del manuscrito son los miles de kilómetros de asfalto que recorren sus héroes de costa a costa, pero el espíritu del libro, más generoso, no está confinado por fronteras nacionales. Dentro del huso van enrolladas miles de páginas, pero aún se le podrían añadir muchas más, muchas más páginas de asfalto en latitudes diversas. 

El primer capítulo de “El mundo es redondo”, de la novelista checa Iva Pekarková, podría añadirse al papel continuo de Kerouac sin demasiadas interferencias. No fue Jack Kerouac quien derribó el Muro de Berlín, pero tal vez pudo influir en ello, o al menos servir como modelo de referencia: entre los jóvenes berlineses que se arraciman en los áticos de la zona este al comienzo de esta novela su espíritu anda muy presente, insinuando una nostalgia de libertarias y errabundas geografías occidentales. Kerouac, en cualquier caso, influyó en que Iva Pekarková existiese como escritora. 

Nacida en Praga en 1963, Iva Pekarková pertenece a la generación bisagra que tuvo tiempo de conocer suficientemente el comunismo y de almacenar razones para justificar su rebelión. Con meticulosa y candente precisión las expuso en su primera novela, “Truck Stop Rainbows”, escrita cuando aún seguía estudios de microbiología en la Universidad de Praga, y que decantaría su futuro por la literatura. Y por la emigración. Sometiendo a su heroína a un tremendo conflicto moral, que en su raíz llevaba implícita la crisis profunda del comunismo, Pekarková logró una novela muy generacional y a la vez muy compleja -la novela de quienes protagonizaron la revolución de terciopelo. En los primeros capítulos encontramos a su protagonista, Fialka, practicando autostop en la autopista sur checoslovaca, como una terapia aprendida de Kerouac para descansar de la inquietud vital que provoca la existencia en un país minuciosamente registrado página tras página como absolutamente invivible. Pero la novela toma un giro inquietante cuando Fialka amplia el campo de posibilidades que ofrece la autopista. Las complejas elecciones morales que ese giro pondrá en marcha hacen que esta historia sea mucho más que un simple remake de “On the Road”, versión lado oriental del telón de acero. Cuando Peter, su mejor y único amigo, se ve afectado de una parálisis progresiva, Fialka comprende que sólo hay un modo de acceder a la silla de ruedas que necesita imperiosamente. Prostituirá su cuerpo y combatirá con su alma en las cabinas de camiones occidentales que atraviesan el país en dirección a destinos como Estambul o Bagdag; se infiltrará en esos pequeños reductos de otro mundo tan diferente al suyo que se traduce en cajetillas de Winston o Marlboro; convertirá su relato en una sutil metáfora del encuentro (¿del desencuentro?) entre dos mundos cuyo combate estaba a punto de concluir, entre dos sistemas donde uno terminaría por prevalecer: un encuentro tan leve e intangible como un arco-iris desplegándose tras la lluvia sobre el área de descanso donde aparcan los camiones. “Truck Stop Rainbows” terminaría por ser la crónica de una huida abortada. Aunque a Fialka se le abrirían las puertas de ese Occidente balbuceado como un vago, confuso e incierto destino, solucionar la compleja ecuación sentimental y cultural en que vive encerrada pasará por la renuncia y por una eslava resignación, por una metamorfosis que permitirá anudar in extremis los múltiplos hilos que había tendido la autora y que en algún punto parecen deshilvanados.

El eco de “Truck Stop Rainbows” fue inmediato en Checoslovaquia y en el mundo anglosajón. En España tenemos ahora la oportunidad de conocer a esta autora a través de su segunda novela: “El mundo es redondo”, editada el pasado verano por la editorial Metáfora, y que vendría a consagrar a Iva Pekarková como una de las voces más vibrantes de las literaturas de Europa del Este. Como si se tratase de una especie de venganza frente al desenlace de su primera novela, “El mundo es redondo” es la crónica de una huida consumada. Iva sale de nuevo al camino, pero tampoco aquí es el camino de Kerouac. Es el camino de una novelista que busca su propia voz, armada de una mochila y de unos vaqueros, y de una prosa que una vez más registra con la levedad de trazos de un sismógrafo las gangrenas que acabaron con el comunismo. Traza para su heroína una vez más el camino de espinas y tormento que espera siempre a sus protagonistas femeninas, sometiéndolas a todo tipo de vejaciones, miserias, catástrofes y laceraciones, engañándolas con un viaje que enseguida pasa de las autopistas de Kerouac a algo mucho más cercano al viaje al final de la noche de Céline. Produce una falsa ilusión de movimiento el comienzo de la novela: en realidad se inmoviliza cuando Jita ingresa en un campo de refugiados en la frontera de Italia y Austria, y empieza para ella la espera de un visado que le permita llegar a Nueva York. Aunque el trasfondo de esta tragicomedia con refugiados es un campo gestionado probablemente por ACNUR, más parece un campo de internamiento nazi. Hacinados entre roña y suciedad, los ciudadanos de países ex comunistas que aparecen en la obra follan y esperan, o pasean alucinados por el campo musitando en un susurro el nombre de los lugares en que depositan la esperanza de un futuro: Australia, Canadá, Estados Unidos. Son ex sindicalistas de Solidaridad, rebeldes kosovares, sordomudos húngaros, matronas rumanas o escritoras checas. Gentes que buscan su destino en medio de un lugar donde no hay destino. Como escombros apilados, representan un mundo derribado. Básicamente la novela transcurre en la habitación 38, compartida por cuatro mujeres cuyas camas se vienen abajo de tanto uso promiscuo, y que esconden a sus amantes en los armarios desportillados. Frente a ellas y a las pocas mujeres más del campo se levanta el enorme centro donde están ingresados los hombres, el Hilton, y donde la protagonista, Jita, será violada al final de la novela por una turba de fogosos kosovares. Sonaría muy siniestro de no ser porque detrás de todo ello están los ojos de una observadora implacable de los lados más patéticos e irrisorios de la comedia humana. Enseguida le toma el ritmo a ese mundo, y nunca suelta las riendas. No es extraño con Pekarková encontrarse riendo a carcajadas en situaciones donde uno esperaría llorar a lágrima viva, ni sentir punzadas de amargura en situaciones que uno consideraría hilarantes. Muy en la tradición checa de Capeck, Hrabal, de Kafka incluso, Pekarková se mueve a sus anchas entre contrarios y paradojas, sin dejar de apelar nunca a una escritura a flor de piel que en último término convoca siempre a la desnudez del alma. Como en Bukowski o en Miller sus heroínas tienen muy poco dinero en los bolsillos, muchos sueños en la cabeza, y un sexo proteico en la entrepierna y en la punta de los dedos. Tocar se convierte literalmente en instrumento de conocimiento, su ramificación sensible y nerviosa: y en el centro de ese sistema nervioso está Jita, porque alrededor de Jita todos en mayor o menor medida están desnudos en algún momento. No da lecciones Iva Pekarková; destila experiencia.  

En “El mundo es redondo” se desprendió del lado errático y discursivo que había lastrado en parte su primera novela. Lo que Jita sale a buscar en ese mundo vasto y redondo al que nunca tuvo acceso desde su Checoslovaquia comunista es esencialmente la libertad, y esa libertad se extiende a una libertad de formas y de escritura que en este caso sí la emparenta genuinamente con Kerouac. Los cambios de ritmo y las transiciones en la narración surgen espontáneamente a impulsos de una búsqueda de libertad, y hay una especie de extraña alegría contagiosa en la narración, pese a la sordidez del trasfondo. No importa, pero sí importa, que un abominable campo de refugiados se interponga en su camino porque allá al fondo fulgen las luces del Nueva York ansiado. Con la energía de unos veintipocos años capaces de superarlo todo, un escenario tan cutre no es una condena a muerte sino el pretexto para escribir, como en este caso, uno de esos libros que sólo pueden tramarse o respirarse una vez en la vida, y que sólo por eso dejan una sensación de inapresable felicidad. A Iva Pekarková ese momento la encontró en ese lugar; la historia podría juzgar las cosas de otro modo, pero Iva parece haber entendido muy bien que su protagonista no forma parte de quienes analizan la historia sino de quienes poseen la energía para hacer la historia y perforar su sentido. Su visado le llegará como una especie de recompensa y el último capítulo, ya en Nueva York, es como el brindis por la labor cumplida y el conocimiento geográfico alcanzado. Respira paz y esperanza. Nueva York no tardaría en traicionar ni la paz ni la esperanza. 

Su siguiente novela “Gimme the Money” es la epopeya de una taxista eslava por las calles de Manhattan y refleja el Nueva York desquiciado y amenazador de los supervivientes. Curiosamente, en el último capítulo de esta novela asistimos al derrumbe simbólico de las Torres Gemelas; no por efecto de aviones terroristas, por supuesto, sino por el cataclismo en que termina por estallar la violencia contenida y efervescente de la vida en Nueva York, la represión de toda forma de afecto y de lógica humana en beneficio de la lógica de mercado. 

El  pasado año publicaría “The Scarz”, el relato –oscilante entre el realismo más crudo y el cuento de hadas– de una hermosa muchacha marcada por una espantosa cicatriz turca en la mejilla que cuenta su historia desde el mostrador de una farmacia del Bronx. Nueva York se ha quedado prendido ya a la piel de Iva Pekarková, como si llegar a esa ciudad hubiera sido la meta de toda una existencia: aunque sólo fuera para situar allí sus novelas. Pero entre Praga y Nueva York quedó esta pequeña novela, “El mundo es redondo”, que da cuenta de la fugacidad y el tránsito, y de toda la melancolía que encierran ambos estados. Y que tal vez por eso es la más significativa y original de cuantas Iva Pekarková ha escrito hasta la fecha.   

Ramón García
 
 
 

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